viernes, 10 de octubre de 2008

Poema: El camino a Pullo.

Hicimos el camino a Pullo al tiempo que escribìamos un libro que terminò siendo campana, los trazos hechos merecieron la aprobaciòn de aquellos que caminaban de dos en fondo; fue un dìa de salida, me acuerdo, por lo que las palabras escritas se hacìan tristes y amargas, asì que terminamos haciendo un camino de despedida. No era nuestro afàn peregrinar distancias que terminaran siendo cìrculos viciosos (total, hacìamos un camino a Pullo y no una lìnea de Nazca), pero el sol, que en ese tiempo era nuestro amigo, quemaba toda palabra que terminara en zeta, por lo que hicimos un trazo continuo donde cada paso que se daba terminaba siendo un poema agradecido, de modo que el tropezar con palabras distraìdas era sìntoma de que el logro obtenido pasaba por un puente escondido. ¿Algùn dìa llegaremos a Pullo?, me preguntaba la mujer que apagaba llamas con sòlo verlas, pero el tiempo de las horas compuestas apenas si ya daba signos de vida, entonces volteamos la pàgina y cambiamos las arenas del desierto por un par de girasoles, muy al margen de las palabras en curso, claro està, pero terminaron siendo fuego de noche y sueño de mediodìa, lo que me producìa un enorme desconsuelo, ya que debìa poner de mi bolsillo lo que iba sacando de la alforja. ¿Cuàntos mercados tiene tu pueblo y cuàntas palabras su historia?, preguntaba la reina de corazones; querìa llegar a Pullo a conocer el enrejado del pueblo (tan famoso se habìa hecho), pero apenas si èramos dueños de algunas horas y los versos màs logrados no avanzaban sino cuesta abajo: habìa llegado el momento de entroncar lo constituido con lo poco ganado, haciendo posible una ribera giratoria que fuese reduciendo el tiempo a unos escasos segundos, por lo que los terceros terminaron siendo primeros. Asì fue, asì fue hecho; es por eso que ahora se venden panes en la esquina, y todos los niños ya saben que el tiempo es oro.