jueves, 4 de septiembre de 2008

Cuento: Mientras persistas en mi memoria...

Cada vez se me hacìa más claro que tendrìa que dejar mi pueblo. El cementerio se me iba haciendo más y más aburrido: ya solo quedaba un tonto afàn por asustar a la gente del pueblo, y eso a muchos les parecìa gracioso. Comencè a preferir mi estancia entre los vivos, al menos podìa jugar al billar con ellos; pero en algùn momento notè que los huesos se me entumecìan, que la lengua se me hacìa pesada. Ya sòlo soltaba monosìlabos alrededor de la mesa y mi nombre comenzò a hacerse extraño, la gente apenas me reconocìa y algunos mostraban abiertamente su desconfianza, como si no fuera parte de ellos. Entonces decidì hacer maletas y marcharme. Pero a dònde iba, no lo sabìa. Màs allà del rìo blanco sòlo encontrè noche y màs noche. Me fui acostumbrando; no era la noche tan incòmoda que digamos, pero pronto la inutilidad de mis ojos me hacìa creer que no los llevaba puestos. Se me hizo un tic el llevarne las manos continuamente a los ojos para ver si aùn los tenìa. Entonces comencè a extrañar mi pueblo, la mesa de billar, hasta que decidì volver; pero mi pueblo ya no estaba. Sòlo escontrè el cementerio..., pero encontrè tambièn un cierto recelo, un rencor, un resentimiento. Les oìa decir que habìa cambiado; como que me ponìa por encima de ellos. Pensè que era vano ir de acà para allà, y decidì quedarme. Ocupè el lugar que me correspondìa y me puse a cantar mis canciones. Pronto me di cuenta que se me toleraba, o quizà se me ignoraba, asì que ahì sentado en un rincòn me puse a recordar lo que alguna vez le dijera a ella: mientras persistas en mi memoria, existirà tu boca. Y ese pensamiento me traìa consuelo; quizà eso era lo que andaba buscando.

Luis Màrquez Prado.

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